martes, 8 de julio de 2014

¿Es eterno el amor?

¿Por qué recordamos esos grandes amores del pasado que vuelven y vuelven a nosotros como si de ayer mismo estuviéramos hablando?

El amor eterno, tan literario siempre, parece que ha encontrado su demostración empírica.

Por un lado, los buenos recuerdos perduran más en nuestra memoria, tal y como afirma el estudio sobrememoria dirigido por Timothy D. Ritchie, de la Universidad de Limerick. Si bien todo en la vida tiene sus partes positivas y negativas, lo que recordamos, fundamentalmente, son las primeras. Así que, en el caso de una historia de amor que ya no existe, nos estaremos quedando con las experiencias buenas o satisfactorias de la relación.

El neurobiólogo Antoine Bechara del Departamento de Neurociencias de la Universidad de Southern California, ha detectado que la amígdala cerebral fija con más intensidad las situaciones atípicas y desconocidas, entre las que se puede encontrar el amor.

La amígdala cerebral, también denominada cuerpo amigdalino o complejo amigdalino se encuentra situada encima del hipotálamo y en lo profundo de los lóbulos temporales del cerebro y tiene la forma de una almendra, de ahí su nombre. Esta pequeña estructura neuronal es la responsable de identificar y almacenar las emociones, desde el miedo hasta el amor. Y también es la responsable de poner en contexto estas emociones, de decodificarlas, relacionarlas y llegado el momento, retomarlas si algo las evoca.

Las emociones son un proceso complejo que implica al menos tres componentes:
El primero es una respuesta emocional, una colección de cambios fisiológicos en el estado del cuerpo o el cerebro como reacción a un estímulo emocional. Algunos de estos cambios no son perceptibles, como alteraciones en la frecuencia cardíaca o la liberación de hormonas. Otros cambios sí son perceptibles, como el color de la piel, la postura corporal, la expresión facial, etc.
El segundo es un sentimiento, que es un estado consciente subjetivo.
Y el tercero es una conducta, como una respuesta o una decisión.

Una emoción puede ser inducida de dos formas:
Por inductores “primarios”, que son estímulos innatos o aprendidos para ser placenteros o detestables. Una vez que están presentes, provocan una respuesta somática automática y obligatoria. Como ejemplos, podríamos encontrar algo que nos de miedo, la incertidumbre o el riesgo.
Por inductores “secundarios", que desencadenan respuestas emocionales al recordar eventos emocionales personales o hipotéticos, o sea, pensamientos, recuerdos o reflexiones sobre pasadas experiencias con inductores primarios.

Entre las emociones primarias y secundarias estaría el desarrollo de representaciones de los sentimientos con una emoción desencadenada. Y la formación de estas representaciones de estos estados de sentimiento desempeña un papel clave que influye en la posterior toma de decisiones y en el comportamiento.

Por lo tanto, parece que si nuestra amígdala cerebral fija información sobre las sensaciones que nos provoca un gran afecto hacia alguien, nuestro cerebro reaccionará al evocar a esta persona aunque esta relación se haya terminado. Y cuanto mayor sea la información grabada en la amígdala hacia ese afecto, aunque hayan pasado muchos años, seguirá provocando respuestas emocionales similares a las que éste nos provocaba en su momento… Las cosas del amor….

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